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Territorialidades Rurales: Agua, vida y movimiento social

Autor: Flor Edilma Osorio y Nicolás Vargas || Publicado en Noviembre 06 de 2012

Gráfica alusiva a Territorialidades Rurales: Agua, vida y movimiento social
Región:Valles Interandinos |

Que el agua es vida es algo que se repite con frecuencia. Y con mayor o menor claridad sabemos que de ella depende nuestra sobrevivencia básica y la posibilidad de nuestra reproducción y la del mundo. Grandes cantidades de agua se utilizan en la industria, en la agricultura, en el cuidado de animales. Si bien nace en las montañas y en los campos, sus recorridos a través de los ríos y quebradas constituyen una forma de redistribución natural. Históricamente, las grandes culturas se han establecido en torno a lugares con disponibilidad de agua, y ese mismo criterio básico ha estado en la génesis de muchos poblados y ciudades en el mundo.

El ciclo del agua va más allá de los momentos de la simplificación de su paso de vapor, condensación y precipitación, a generar verdaderos ciclos en los que estamos inmersos la gran mayoría de seres bióticos y abióticos. Nuestro organismo está constituido por lo menos en 70% por agua, y prácticamente todas las cosas que producimos incluyen, directa e indirectamente, una proporción importante de agua.

tasco3.jpgEl agua es por todas partes un medio ampliamente usado y, a diferencia de cualquier commodity, es insubstituible. Se puede mejorar la eficiencia de su uso pero no se puede prescindir de ella. De ahí todo el sentido de considerar la vida como otro estado del agua y de tomar la sociedad con todas sus contradicciones como parte del ciclo del agua (Porto-Gonçalvez, 2006) [1] .

Buena parte de las invenciones del mundo antiguo tuvo que ver con idear y construir acueductos que facilitaran la distribución del agua en las ciudades. En época del imperio romano, en el siglo I d.C., es decir hace veinte siglos, se construyeron numerosos acueductos en Roma, su gran capital, pero también en muchos otros lugares que se iban conquistando, algunos de los cuales siguen en pie [2]. Con el refinamiento de los acueductos y la distribución domiciliaria del agua es fácil que nos hayamos olvidado del curso que tiene tras de sí cada vaso de agua que consumimos, al punto que hemos naturalizado su disponibilidad. Abrimos el grifo y ya está el chorro de agua para cocinar, lavar la loza y la ropa, ducharnos, lavar el carro, regar el jardín o las matas, etcétera. Los días en que el agua falta en las grandes ciudades nos damos cuenta de cómo puede paralizar la vida laboral y educativa, y restringir la atención en hospitales y clínicas. Su carencia repentina lleva a acortar los horarios de trabajo e, inclusive, a cancelar la jornada escolar. Eso sucede incluso en ciudades donde la disponibilidad y la calidad del agua son buenas.

 


Así, por ejemplo, en octubre de 2011 la ciudad de Manizales debió afrontar una emergencia cuando la ola invernal, aunada a la burocracia y la desidia administrativa, produjo serios daños en su acueducto, dejando a 400.000 habitantes sin agua durante cerca de quince días, debido a los daños provocados por un deslizamiento en una de sus plantas [3].

 


Recordemos que la diferencia de consumo entre la ciudad y el campo es sustancial, pues un habitante de la urbe consume tres veces más que uno rural. La diferencia es abismal cuando comparamos países: un ciudadano alemán consume nueve veces más agua que uno de la India (Porto-Gonçalvez, 2006).

 


En muchos lugares urbanos y rurales el agua apenas llega unas horas al día o a la semana. Allí, las dinámicas familiares se mueven en buena parte en torno a esta disponibilidad y a las labores de recogerla, y a mecanismos internos para controlar su uso y buscar formas de reciclar y ahorrar el líquido, que dada su escasez se convierte en preciado.

 


Sin embargo, no basta con tener acceso al agua. Se requiere también que ella, como servicio público esencial, tenga un tratamiento previo que evite la difusión de virus y enfermedades. “En las tres cuartas partes de los departamentos del país (más del 70% de sus municipios) se está suministrando agua en malas condiciones para el consumo humano” (Defensoría del Pueblo, 2007: 24) [4]. Como protesta frente a este tipo de deficiencias, y según el mismo estudio de la Defensoría del Pueblo, en septiembre de 2007 había registradas trescientas ochenta y dos acciones populares sobre calidad de agua, en trescientos doce municipios.

 


En el mundo este problema es abrumador. Dos mil quinientos millones de personas no disponen de un sistema adecuado de saneamiento, y por esa razón cada año mueren un millón y medio de niños. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), cada día “se vierten 2 millones de toneladas de aguas residuales sin tratar y de desechos industriales y agrícolas en los sistemas hídricos del mundo, siendo los pobres los primeros y más afectados por la contaminación y la falta de saneamiento adecuado” (Actualidad Ambiental, 2010) [5].

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